Como presentarse ante un Rey
January 10, 2024Eternidad en el corazón
November 11, 20241. INTRODUCCION:
Muchas veces se ha predicado de la costumbre del lavado de los pies de los judíos y otras muchas se ha mencionado en otras predicaciones especialmente cuando se habla de la última cena. Pero qué nos quiere enseñar Jesús con este evento tan trascendental.
Quiero que vayan conmigo al evangelio según Juan, capítulo 13. Estaremos considerando los versículos del 3 al 17.
2. LECTURA BASE:
Juan 13: 3 – 17
3. sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, 4. se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. 5. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido. 6. Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies? 7. Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después. 8. Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo. 9. Le dijo Simón Pedro: Señor, no solo mis pies, sino también las manos y la cabeza. 10. Jesús le dijo: El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos. 11. Porque sabía quién le iba a entregar; por eso dijo: No estáis limpios todos.
12. Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho?13. Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. 14. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. 15. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. 16. De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió. 17. Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis.
Dios bendiga Su Santa y Bendita Palabra.
Los invito a reflexionar conmigo en este evento tan importante. Hay al menos tres puntos de vista, si lo puedo llamar así, que quiero compartir con ustedes.
3. LA COSTUMBRE JUDÍA
En la costumbre judía el tema de lavar los pies es importante, tanto en el antiguo oriente como en el mundo judío era una costumbre, el lavar los pies al invitado, tenía un sentido de acogida. Lavarse es purificación personal interior y también tiene el aspecto de acogida y hospitalidad, además en el mundo judío los que lavaban los pies eran la mujer, los niños y los esclavos. A un extraño se los lavaba un esclavo, la mujer se los lavaba al esposo, y los hijos a los padres. Hay dos tipos de lavatorios de pies mencionados en el antiguo testamento: el lavatorio tradicional y el lavatorio ceremonial.
A. El lavatorio tradicional
Esta práctica común se menciona en Génesis 18:4; 19:2; 24:32; 43:24 y 2 Samuel 11:8. Así se daba la bienvenida y se mostraba hospitalidad a los que llegaban. En los países del Oriente Medio se acostumbraba a realizar antes de una comida, pues las personas solían llevar sandalias para viajar por aquellos caminos secos y polvorientos. En un hogar de término medio, el anfitrión ponía un recipiente con agua a disposición del visitante, y éste se lavaba los pies. (Jueces 19:21.) En cambio, si el anfitrión era una persona acomodada, tenía esclavos para hacer ese trabajo, pues se consideraba una tarea servil. El que el propio anfitrión lavase los pies de la persona invitada constituía una especial demostración de humildad y afecto hacia él.
No solo se lavaban los pies como muestra de hospitalidad a un invitado, sino que además era una costumbre que cada persona se lavara los pies antes de acostarse. (Cantar de los cantares 5:3.)
B. El lavatorio ceremonial
A los sacerdotes levitas se les exigía que se lavasen las manos y los pies antes de entrar en el tabernáculo o de oficializar ante el altar. El lavatorio ceremonial de los pies y las manos se menciona en Éxodo 30.17–21 y Éxodo 40.30–32. La primera cita tiene una lista de instrucciones específicas de Dios a Aarón y a sus hijos acerca de la ceremonia de purificación que tiene que ver con el lavatorio de las manos y de los pies. La segunda se refiere a la observancia de este mandamiento.
4. JESÚS DEJA LA MESA – PRIMERA ENSEÑANZA
El relato nos dice que la cena ya había comenzado, sin embargo, nadie había tomado la iniciativa de lavar los pies de los otros. Lo normal sería que, al llegar a una casa, algún siervo del hospedador lavase los pies de los invitados. Eso sería considerado como un símbolo de buena hospitalidad (Lucas 7:44). Pero aquel lugar donde Jesús y sus apóstoles estaban reunidos era un lugar prestado, donde tendrían la última cena juntos, y aunque allí tenían agua, el lebrillo y la toalla, no había quien realizara ese servicio, por lo cual debería haber sido alguno de ellos quien lo hiciera. Pero el hecho fue que todos se sentaron a la mesa sin lavarse los pies.
¿Por qué ninguno de los discípulos se ofreció para llevar a cabo ese servicio? Recordemos que en aquellos momentos discutían cuál de ellos debía ser considerado como el mayor (Lucas 22:24). Por lo que parece, todos eran demasiado orgullosos para realizar esa humilde tarea de servicio, y eso a pesar de las exhortaciones del Señor, quien les había dicho que quien quisiera ser el mayor entre ellos debería ser el siervo de todos (Mateo 23:11). Así pues, aunque el lavado de los pies se realizaba normalmente antes de que comenzara la cena, puesto que nadie se había ofrecido a hacerlo, el Señor mismo se levantó de la cena y se dispuso a lavar los pies de los discípulos.
Juan, describe con detalles de lo que sucede: “Se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido”. Relata todo esto como un testigo ocular de los hechos, y se aprecia también que la escena le causó una gran impresión. No era para menos, si tenemos en cuenta que, quien estaba haciendo todo eso era el mismo Hijo de Dios, aquel a quien “el Padre le había dado todas las cosas en sus manos”.
A nosotros, no debería sorprendernos lo que Jesús hizo. Al fin y al cabo, esta no era la primera vez que el Señor asumía la posición de Siervo. El apóstol Pablo dice en su epístola a los Filipenses:
(Filipenses 2:5-8) “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.”
Cristo asumió la “forma de siervo”, pero del mismo modo que Cristo se volvió a sentar a la mesa, una vez que concluyó su servicio de lavar a los discípulos, también regresó al cielo para sentarse en el trono del cual había descendido. Si seguimos leyendo el texto del apóstol Pablo veremos su victoria sobre la muerte y su ascensión a la gloria para sentarse a la diestra del Padre:
(Filipenses 2:9-11) “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.”
En todo caso, la escena que tenemos delante es asombrosa: el Hijo de Dios sirviendo a los hombres, tal como ya lo había anunciado con anterioridad: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo” (Juan 5:17). Este trabajo o servicio de Dios a favor del hombre tiene como objetivo su restauración, y surge de Su amor divino hacia la humanidad.
Dios en su gran amor por la humanidad, se separó de su trono para hacerse en forma de hombre y estando en forma de hombre se humilló así mismo para servir y enseñar, pero no solo de palabras sino, con su ejemplo.
Dios no dejó su trono en vano, vino a darnos ejemplo de su infinito amor, sacrificándose por cada uno de nosotros.
5. EL SIERVO NO ES MAYOR QUE SU SEÑOR – SEGUNDA ENSEÑANZA
Aunque Juan no lo menciona en su evangelio, los otros tres evangelios recogen la discusión que los discípulos habían tenido unos días antes en el camino a Jerusalén sobre cuál de ellos había de ser considerado el mayor en el reino de Cristo (Marcos 9:33-34).
Y llegó a Capernaum; y cuando estuvo en casa, les preguntó: ¿Qué disputabais entre vosotros en el camino? Mas ellos callaron; porque en el camino habían disputado entre sí, quién había de ser el mayor.
Por otro lado, en esa misma semana, cuando Jesús fue ungido con un costoso perfume por María en Betania, los discípulos se habían quejado amargamente por lo que ellos consideraban un desperdicio (Marcos 14:3-5).
Pero estando él en Betania, en casa de Simón el leproso, y sentado a la mesa, vino una mujer con un vaso de alabastro de perfume de nardo puro de mucho precio; y quebrando el vaso de alabastro, se lo derramó sobre su cabeza. Y hubo algunos que se enojaron dentro de sí, y dijeron: ¿Para qué se ha hecho este desperdicio de perfume? Porque podía haberse vendido por más de trescientos denarios, y haberse dado a los pobres. Y murmuraban contra ella.
Los discípulos seguían llenos de ambiciones personales y mundanas.
Volviendo a nuestra historia, Jesús tenía la intención de darle una lección sobre humildad y servicio, y es en este momento en el que se dispone a lavar los pies de los discípulos, tal como se explica en (Juan 13:12-17).
Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió. Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis.
Los defectos y motivaciones egoístas de los discípulos no lograron apagar el amor del Señor por ellos. Y no hay duda de que esta lección habría de calar profundo en las mentes y corazones de los discípulos. Jesús no solo se humilló al venir al mundo y hacerse humano, no solo enseño de palabras, sino que nos enseñó con su ejemplo. Tenemos el líder más influyente de todo el mundo y de todas las épocas dándonos un ejemplo de humillación, lo que puedo interpretar es que, para ser un líder eficaz, debo también dar ejemplo y si necesito humillarme para que el mensaje llegue claro y preciso, lo tengo que hacer; el humillarse no quita lo de ser líder, ya Jesús lo dijo: “Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis.”; “El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió.”
Nota: Hablar de mi experiencia con Dámaso Vázquez.
Jesús, el mayor líder en la historia, nos enseñó que la humildad nos hace grande.
No obstante, hay mucho más significado en la acción del Señor.
6. NO TENDRÁS PARTE CONMIGO – TERCERA ESEÑANZA
Especialmente en esta parte veremos al Señor mostrándoles a sus discípulos la necesidad de ser lavados espiritualmente por él. Volvamos a Juan 13:6–10:
Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies? Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después. Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo. Le dijo Simón Pedro: Señor, no solo mis pies, sino también las manos y la cabeza. Jesús le dijo: El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos.
1. La respuesta de Pedro
Pedro, horrorizado por la idea de ser excluido de la comunión con Jesús, cambia radicalmente de actitud: “Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza”.
En todos los evangelios vemos la figura de Pedro como un hombre que va de un extremo al otro. Lo encontramos andando sobre el mar en tempestad y momentos después gritando “¡Señor, sálvame!” (Mateo 14:28-30). Puede hacer una gloriosa confesión reconociendo a Jesús como “el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:16) y acto seguido enfrentarse con el Señor porque no le gustaba lo que estaba diciendo (Mateo 16:22).
“Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca.”
Lo encontramos prometiendo al Señor que le seguiría hasta la muerte y unas horas después negando que fuera su discípulo (Juan 13:37) (Juan 18:17,25-27). Y ahora vemos que tan pronto se opone a que el Señor le lave los pies, como que se apresura a suplicarle que le lave todo el cuerpo. Pedro era una persona con un carácter precipitado e impulsivo, no lo tildemos de ignorante, porque ignorante no era, por algo Jesús lo escogió para que le sucediera en el liderato. Este tipo de carácter precipitado, irreflexivo e impulsivo, difícilmente puede honrar a Dios, Pedro tuvo que aprender, y nosotros también tendremos que hacerlo.
2. Una limpieza parcial y otra completa
Vamos a considerar la necesidad de ser limpiados de nuestros pecados a fin de tener comunión con el Señor y ser útiles para Su Obra. Vamos a meditar acerca de cómo se consigue esa imprescindible limpieza. En el Antiguo Testamento encontramos algunas enseñanzas importantes. Por ejemplo, en el Tabernáculo encontramos que antes de que los sacerdotes pudieran entrar al lugar santo para tener comunión con Dios, era necesario que previamente atravesaran por un proceso de limpieza. Primero se encontraba el altar del holocausto donde se sacrificaban las ofrendas de sangre por el pecado. Ese altar nos habla de limpieza por sangre, y claramente simboliza la obra de Cristo en la Cruz. Todos recordamos las palabras de Juan: “la sangre de Jesucristo, su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7). Pero a continuación se encontraba el lavacro, una gran fuente de agua que nos habla de un segundo tipo de limpieza por agua.
Ahora bien, esta limpieza por agua implicaba a su vez dos tipos de lavamientos a los que los sacerdotes tendrían que someterse, y que son los mismos acerca de los que el Señor enseñó aquí. Por un lado, había un lavamiento completo del cuerpo entero, pero también eran necesarios constantes lavamientos de pies y manos.
Para entenderlo mejor debemos volver al Tabernáculo y fijarnos en el lavacro, aquella fuente que se mantenía siempre llena de agua limpia. Allí eran completamente lavados los sacerdotes cuando eran consagrados para desempeñar su ministerio en el tabernáculo (Éxodo 29:4). Ese lavamiento completo se hacía una sola vez en su vida, pero después se tendrían que seguir lavando constantemente en aquella fuente cada vez que fueran a prestar sus servicios en el tabernáculo (Éxodo 30:17-21). A diferencia del primer lavamiento que era completo y único, estos serían parciales y se tendrían que repetir constantemente.
Este lavamiento completo hace referencia al momento en que nacimos de nuevo y fuimos regenerados por el Espíritu Santo. El apóstol Pablo nos habla de él en su carta a Tito. (Tito 3:5) “Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo.”
Este lavamiento inicial implica dos cosas: la limpieza de nuestros pecados y la implantación de una nueva vida por el Espíritu Santo de Dios. Esto había sido anunciado también en el Antiguo Testamento:
(Ezequiel 36:25-27) “Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra.”
El Señor se refirió a esta limpieza inicial cuando les dijo a sus apóstoles: “El que está lavado… está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos” (Juan 13:10). Son palabras asombrosas que no las creeríamos si no hubieran sido dichas por el mismo Señor Jesucristo. A los ojos de Dios, todo aquel que ha creído en Cristo, está completamente limpio. Y notemos que no es algo que ocurrirá en el futuro, sino que ya es un hecho en el presente: “Limpios estáis”. Así que, si recibiste al Señor Jesucristo, como único y verdadero salvador, eres limpio.
Ahora bien y seamos realistas, todos sabemos por experiencia que es imposible pasar por este mundo lleno de suciedad moral sin mancharnos. Con frecuencia tropezamos y caemos, lo que hace necesario que volvamos a limpiarnos, pero en ese caso, ya no debemos volver a lavarnos completamente, sino que únicamente necesitamos ser limpios de aquella contaminación que contraemos en nuestro diario vivir. Nuestros pies se ensucian con facilidad al atravesar las calles polvorientas del mundo y necesitamos acercarnos a Dios por medio de su Hijo Jesucristo, para ser limpiados, para ser perdonados (1 Juan 2:1). Es fácil contaminarnos, al trabajar con personas que no tienen temor de Dios, al participar en alguna de sus conversaciones, al caer en una tentación…
Ejemplo:
El falso perdón:
7. CONCLUSIÓN
Los cristianos debemos lavarnos constantemente los pies.
(2 Corintios 7:1) “Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.”
¿Cómo debemos practicar esta limpieza constante? Bueno, algunos parecen pensar que es necesario ir de vez en cuando a la iglesia para un “tune up”, pero eso es inútil. En primer lugar, debemos poner los medios para no pecar. El apóstol Pedro nos dice en su primera epístola que “habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad” (1 Pedro 1:22-23), en una clara referencia al primer lavamiento, sigue diciendo que después: “Desechando, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones, desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación” (1 Pedro 2:1-2). En cuanto a esta “leche espiritual” que debemos desear, debemos entender que se refiere a “la palabra de Dios”. Por lo tanto, podemos decir que la mejor forma de evitar caer en el pecado y ensuciarnos nuevamente, es mediante la lectura continuada de la Palabra, dejando que ella nos vaya moldeando conforme a la imagen de Cristo. Este poder purificador de la Palabra aparece en varias ocasiones en las Escrituras (Juan 15:3) (Efesios 5:25-26).
Pero, ¿qué hacer cuando pecamos? La primera cosa que se debe hacer es confesar nuestro pecado (1 Juan 1:9), teniendo la plena confianza de que Dios nos va a perdonar. El mismo Señor nos enseñó a orar de esta manera: “perdónanos nuestras deudas” (Mateo 6:12). Si no confesamos nuestros pecados, no quedaremos. Recordemos la seriedad con la que el Señor habló a Pedro cuando éste se oponía a que le lavara los pies: “Si no te lavare no tendrás parte conmigo” (Juan 13:8).
Por lo tanto, es necesario que constantemente nos examinemos a nosotros mismos, porque de otro modo, será el Señor mismo quien lo haga por medio de la disciplina (1 Corintios 11:31). El Señor quiere tener una comunión continuada con sus hijos, y hará lo necesario para limpiarnos de cualquier maldad. Por lo tanto, como vemos, el que ya estemos limpios a los ojos de Dios no es una invitación a vivir vidas descuidadas y pecaminosas.
Por lo tanto, podríamos decir que el primer lavamiento completo está relacionado con la regeneración inicial que el Espíritu Santo opera en nosotros en el nuevo nacimiento, mientras que los constantes lavamientos diarios tienen que ver con nuestra santificación, operada igualmente por el Espíritu en el día a día de nuestras vidas. Esta labor tiene como finalidad formar en nosotros el carácter de Cristo.
Hay creyentes que, habiendo experimentado el lavamiento inicial de la regeneración, se olvidan de la necesidad de lavarse constantemente los pies. Por supuesto, esta actitud desagrada al Señor e impide el progreso en la vida cristiana.
Por otro lado están aquellos que sin haber sido regenerados previamente intentan lavarse los pies. El caso de aquellos religiosos que sin haber llegado a nacer de nuevo se esfuerzan en hacer buenas obras a fin de agradar a Dios. Por ejemplo, en este pasaje nos encontramos con Judas, a quien el Señor lavó los pies, pero que, al no haber experimentado el primer lavamiento, esa regeneración, que menciona Pablo, no logró cambiar su corazón, y como más adelante indica el mismo Señor, seguía sin estar limpio. Por eso es que Pedro en (2 Pedro 2:22) dice “Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio: El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno. Lo realmente necesario sería cambiar su naturaleza, y es en eso precisamente en lo que consiste el lavamiento completo del que el Señor habla aquí.
Es triste, pero hay muchas personas que caen en este segundo error. Imitan a los cristianos sin serlo; van a la iglesia, cantan, oran, ofrendan, se bautizan… y creen que haciendo estas cosas pueden llegar a ser cristianos, pero esas pequeñas reformas exteriores no tienen nada que ver con la regeneración interior que aquí se nos indica.
3. No descuidemos una salvación tan grande – peligro de la negligencia
Hebreos 3:1-4
Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos. Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución, ¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad.
No descuidamos una salvación tan grande; vengamos a los pies de Cristo, confesemos nuestros pecados diariamente, vengamos con el corazón abierto, con sinceridad y permitamos que Dios nos limpie de pecados. Lavémonos los pies diariamente.